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jeudi 6 avril 2017

RELATO CORTO Y FICTICIO I. TRISTEZA. COSAS DE LA VIDA.

Soy Francés, por lo que ruego me disculpen las faltas de ortografía o de gramática.







Cuando entró en su casa, fue el silencio enorme lo que oyó en primer lugar. El silencio de una casa vacía, de la ausencia de vida. Un silencio aterrador helándome la sangre y el corazón.

Sobre la pequeña mesa una carta con mi nombre. Una carta muy corta.  Con palabras que conocíamos bien los dos. Dieciocho palabras del poema de Maïakovski, que el poeta soviético escribió antes de suicidarse:

“Como quien dice: la historia ha terminado. El barco del amor se ha estrellado contra la vida cotidiana. “

Ella me ha dado así el último testimonio de un amor apasionado, efímero y trágico. El ultimo rayo de una estrella fugaz. Huellas que pronto una ola borrará, que desaparecerán para siempre. Y solo quedará el recuerdo.

Pero en esta casa suya, no se trataba de recuerdos, sino de un enorme vacío. Quedaban todas las cosas de una vida, pero faltaba un alma.

Y me fui a mi casa. Sin llorar; con  un aspecto de sonámbulo en una noche sin luna, con un cerebro sin ninguna percepción; de mi mente  se había borrado todo.

Solo quería quedar en esta nada de pensamiento No quería ver las cositas que había dejado aquí en los armarios, ni oler su perfume de jazmín en el cuarto de baño. Solo escondí sus fotos en un cajón, con la preciosa, triste y última carta. Este cajón jamás lo he abierto otra vez. Este cajón es una sepultura, no hay que abrir las tumbas.

He cerrado el libro que estaba leyendo pocos días antes. Por casualidad era  un libro de un filósofo que escribió esta frase: “De lo que no se puede hablar hay que dejarlo en silencio”.  Parece una broma, pero es verdad que hay cosas de las que no se puede hablar. No porque sean demasiado intimas de las cuales no se habla por pudor o decencia, sino porque, de vez en cuando, hay un abismo entre la inteligencia, que puede explicar los hechos de la vida, y el sentimiento autentico que está lleno de silencio.

Y en este momento, estaba exactamente en esta situación: no quería hablar con nadie, ni enviar mensajes ni llamar por teléfono. Me dejé caer en un sillón con la voluntad obstinada de no pensar y de no dormir. Sabía que lo peor sería soñar porque me esperaban las pesadillas. Tampoco quería que viniera la mañana a golpear mi cabeza despierta, con esta maldita razón que pelea siempre con las pasiones, con las cosas cotidianas.

Pero por fin ha venido,  el sueño. Un sueño sin pesadillas. Un embrutecimiento de borracho, aunque no hubiera bebido nada.

Por la mañana no pude impedir que vinieran a mi memoria el final de este poema fatal de Maïkovski:

“Y estamos a mano tú y yo. Entonces ¿para qué reprocharnos mutuamente por dolores, daños y golpes recibidos?”

Y estos versos fueron la esperanza del primer día sin ella: se levantará el viento, intentaré de vivir.

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